Desde muy temprano en nuestra cultura mediterránea se ha
tenido conciencia del carácter intrínsecamente
corporativo del ser humano. Así, ya en la parte yahvista
de la Torá judía, y más en concreto en el libro
bereit ("al principio") que en la traducción
griega se denominó Génesis, recogiendo una
tradición que, aunque se fijara por escrito en el siglo
VI, debe remontar al X a.C., se nos habla de la
creación del ser humano como dos en uno. San
Pablo (Saul), quien tendría muy en cuenta estos relatos,
recoge el relativo a la institución del matrimonio en su
Epístola a los efesios (5,
28-32) copiando un fragmento y realizando un certero
comentario: «Por esto abandonará el hombre a su padre y
a su madre y se adherirá a su esposa y serán los dos una
sola carne' (Gen. 2,24). Este misterio es grande,
os lo aseguro». Porque ciertamente, aparte de la
comparación que se pueda establecer con la Iglesia y que
realiza el judío cilicio de Tarso, no deja de ser un
misterio para el pensamiento lógico -que no una
irrealidad-, lo que hemos denominado con
anterioridad -permítasenos la licencia- el "misterio de
la santísima dualidad": hay un solo ser humano en dos
personas distintas (cada una de las cuales es a su vez
un ser humano). O sea que el ser humano no es el
hombre, ni lo es la mujer, aunque uno y otro sean seres
humanos. El ser humano lo son los dos al mismo
tiempo. (Dicho sea de paso este tipo de misterios no
pueden resultarnos hoy tan extraño cuando la física
cuántica demostró en 1983, en el laboratorio de
Orsay y bajo la dirección de Alain Aspect, la no
separabilidad de determinadas partículas que ocupaban el
mismo lugar al mismo tiempo en el mismo
espacio).
Se podrá decir que es algo caótico el desarrollo
de los hechos, pero creo que es en lo caótico donde
está la vida. Caótico, desde el punto de vista racional,
es que no haya corte claro entre las cosas
(blanco/negro, por ejemplo). Cuando la mujer estás
preñada, ¿dónde se corta entre la madre y la cría, que
es parte de ella sin ser ella? Admiro eso porque suelo
admirar lo que soy incapaz de alcanzar. Yo me considero
bastante racional y, en consecuencia, bastante amante
del orden. No me arrepiento de ser así, desde luego; es
más, me gusta. Pero también me gusta lo que no tengo.
Creo que eso es lo realmente bueno de que seamos
seres sexuados (o sea, diferenciados por el sexo),
porque así podemos ser una cosa de forma individual y
otra cuando nos fundimos con la parte "contraria" sin
por ello dejar de ser individuo. Y la fusión puede
ser a muchos niveles, y no sólo el genital. Tal vez por
eso no vea con simpatía los movimientos (masculinos en
sus planteamientos, aunque los defiendan mujeres) de
contemplarlo todo desde el punto de vista
racional-igualitario. Me gusta en cambio, como sabe
quien me conoce, la "santísima dualidad": el hombre
es un ser humano y la mujer es un ser humano, pero
ninguno de los dos por separado son el ser humano. Esto
lo tenían muy claro los antiguos (está, como he dicho,
en la Biblia y lo recoge San Pablo, por ejemplo) pero se
fastidió con el triunfo de los planteamientos masculinos
que se impusieron con el triunfo del estado y del
capitalismo (sobre la comunidad y la economía del don,
respectivamente). Seguramente la represión ajena da
seguridad, pero no creo que dé el mismo nivel de
felicidad que la colaboración sentida, aunque sea más
insegura. La tendencia al dominio es natural, pero,
como todo, debe encontrar un freno en la tendencia al
amor; en un equilibrio inestable, que
creo que es el mejor de los equilibrios.
Saludos